221# Relámpagos

Cojo la taza con las dos manos y la sujeto con firmeza. Me acerco a la ventana y un escalofrío me recorre la espalda cuando miro al exterior. Unas nubes negras descargan con violencia sobre el asfalto. Los relámpagos iluminan una inusual calle sin luces. Me acerco al interruptor y trato de encender la luz. Extrañado, vuelvo a darle al interruptor y obtengo el mismo resultado: no hay corriente. Dejo la taza en el escritorio y camino hacia la sala de estar. Miro, apartando la cortina con la mano, el otro lateral de la calle. Tampoco hay luces, al parecer es un fallo en todo el vecindario.

Observo a un gato que se cobija bajo uno de los bancos que hay en el pequeño parque frente a mi casa. Una luz al final de la calle capta mi atención, fijo la mirada en ella: es un ciclomotor que se acerca a toda velocidad. El gato, asustado por la luz, sale de su escondite y cruza la carretera. El motorista, contra todo pronóstico, ve al animal y realiza una maniobra para no atropellarlo. La motocicleta comienza a derrapar y finalmente el conductor cae golpeándose con violencia contra un árbol que franquea el solitario parque.

Permanezco inmóvil unos segundos hasta que reacciono. Me acerco al cristal y trato de descubrir que le ha ocurrido al motorista. Pero mi propio vaho me lo impide, retrocedo y bajo las escaleras para tratar de socorrerlo.

Un aire gélido penetra en la casa cuando abro la puerta, unas enormes gotas repiquetean en la entrada. Sin pensármelo dos veces, cojo las llaves de casa y me coloco el abrigo antes de salir al exterior. Al parecer nadie más se ha percatado de lo ocurrido, soy la única persona que ha salido a la calle. Corro hasta el motorista y desde la distancia veo como trata de levantarse.

—¿Está bien? —pregunto, creyendo saber la respuesta.

El motorista se quita el casco. Un reguero de sangre le cae por la cara.

—Un gato —dice como excusándose—, traté de esquivarlo, pero…

—¿Puede levantarse? —Me acerco a él y le ayudo a sentarse en uno de los bancos del parque—. He visto lo que le ha pasado. Da la casualidad de que estaba mirando por la ventana en el mismo instante en el que ha caído de la moto.

El hombre me ignora, se levanta y camina hacia su moto. El motor ruge bajo la lluvia, la levanta y quita la llave del contacto. Cuando intenta poner el caballete, se desploma inconsciente sobre la moto.

Tan rápido como reacciono, corro hasta él y lo recojo otra vez del suelo. Me fijo bien en la herida que tiene en la cabeza, está perdiendo mucha sangre, así que me lo cargo en un hombro como si fuera un saco de patatas y camino hasta mi casa. Abro la puerta con dificultad y coloco con sumo cuidado al hombre en el sofá. Me dirijo hasta la habitación de al lado y tanteo a oscuras hasta dar con dos mantas. Vuelvo a su lado y, una se la pongo por encima, y la otra la coloco sobre el sofá.  Lo estiro sobre ella y le aparto el pelo mojado de la frente.

Tiene una brecha muy fea por la que la sangre fluye con ímpetu. Me dirijo al lavabo y rebusco entre lo que es mi botiquín de primeros auxilios. Aprovecho los diferentes relámpagos y la luz que proporcionan para poder ver algo. Encuentro unas gasas y un poco de agua oxigenada, y vuelvo al comedor.

El hombre está tiritando, trato de hacerle entrar en calor fregándole los brazos y las piernas. Mientras lo hago, una luz que entra por la ventana hace que me voltee. Corro hasta la puerta y salgo al exterior de la casa. Un coche esquiva la moto que sigue en medio de la carretera y prosigue la marcha sin detenerse.

Alzo la vista a las casas en busca de algún tipo de movimiento. Al parecer no hay nadie en ninguna de ellas. Me acerco a la moto y la levanto del suelo. Camino hasta el parque, retiro las llaves del contacto y le pongo el caballete. De vuelta a casa, me percato de que el casco está justo en el árbol en que ha impactado. Lo recojo y antes de entrar al interior del domicilio vuelvo a mirar las ventanas de las casas adyacentes.

Me acerco al comedor y me alegro al ver que el hombre respira con normalidad y ha dejado de tiritar. Camino hasta él y agarro una de las gasas que había traído del botiquín, le pongo un poco de agua oxigenada y se la paso por la herida de la cabeza.

El hombre emite un suspiro y ladea la cabeza. Sigue inconsciente, pero al parecer el flujo de sangre ha disminuido. Tras limpiarle un poco la herida le coloco una gasa en la cabeza para hacer de tapón. Me levanto y subo a la planta de arriba en busca de mi teléfono móvil.

Me maldigo al contemplar la pantalla. No hay cobertura y la luz sigue sin funcionar. Enciendo la linterna y bajo las escaleras. Camino hasta la cocina y rebusco en los armarios. Encuentro unas velas que enciendo y reparto por el comedor iluminando tenuemente la estancia.

Me siento en una silla y contemplo al hombre. Parece estable, pero estoy intranquilo. Vuelvo a mirar el móvil y me sorprendo al tener cobertura. Marco el número de urgencias al instante.

—¡Hola! Si… —digo al escuchar una voz al otro lado—. ¿Podría venir una ambulancia al número cuatro de la calle mayor?

El hombre se ladea y tose al escuchar mi voz.

—Sí, sí —exclamó prestando atención a la persona que me habla por teléfono—. Un hombre ha sufrido un accidente de moto y esta inconsciente. Aja, de acuerdo.

Cuando cuelgo miro el reloj y me levanto. Me acerco al sofá y le retiro con cuidado la gasa de la frente. La hemorragia se ha detenido por completo pero el corte es profundo. Camino hasta la cocina y me preparo un té, mientras espero la llegada de la ambulancia.

Minutos más tarde la luz anaranjada y el sonido de la sirena me sobresaltan. Corro hasta la puerta y les hago señas para que me vean. El vehículo se detiene frente a mi casa y bajan dos hombres, uno de ellos se dirige a la parte trasera de la ambulancia y saca una camilla del interior. El otro se acerca a mí y me pregunta por el herido.

—En el comedor, por aquí —contesto indicándole el camino.

Cuando llegamos el hombre está en el suelo y vuelve a salirle sangre de la frente.

—¡Mierda! —exclamo al verlo—. Ha debido caerse del sofá…

El enfermero le toma el pulso y espera la llegada de su compañero. Suben al hombre a la camilla y lo meten en la ambulancia.

—Muchas gracias. De aquí en adelante nos encargamos nosotros —dice antes de cerrar la puerta del copiloto y marcharse de allí.

(Un escritor presencia como alguien sufre un accidente durante un temporal)

6 respuestas a “221# Relámpagos

  1. Lamento que no te haya gustado, pero de tanto en tanto tengo que tratar de hacer algo diferente a lo que vengo haciendo… no siempre salen como uno espera, jajaja.

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  2. Los dos primeros párrafos los juntaría.
    El contenido del relato en conjunto con el desenlace es… cómo decirlo… una puta mierda.
    Se me ha hecho insufrible, es ultra descriptivo. Y dices: ¿Para qué?
    Te has pasado.

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  3. Bueno, creo que la sinceridad bien entendida nos puede ayudar a crecer como escritores. Aunque, como todos estamos en el mismo barco, también hay que tomarse los consejos con cierta distancia. Al final puede más la intuición que tenemos dentro. Si algo nos dice que no está bien será mejor escuchar esa voz interna.
    Un abrazo.

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