167# Joe

Observo a través de la ventana cómo la pareja de protección civil se lleva al pequeño Timmy. Llora descontroladamente, pero a esos malditos bastardos les importa una mierda. Golpeo la pared con furia, miro la mesa y con el brazo tiro todo lo que hay sobre ella.

Me acerco a la cocina, agarro la botella de ginebra y le pego un buen sorbo, noto como un calor recorrer mi garganta y una arcada me noquea. Salgo de la caravana para que me dé un poco el aire y tras recomponerme, subo a la furgoneta.

Conduzco por la carretera absorto en mis pensamientos, buscando a alguna prostituta. No tardo en toparme con una, aminoro la velocidad y detengo a su altura mientras bajo la ventanilla.

—Hola, grandullón —dice al tiempo que se acerca a la furgoneta—. ¿Quieres que pasemos un rato juntos?

—Sube —contesto, abriéndole la puerta—. Iremos a mi casa.

—Te costará el doble —añade ella, subiéndose al vehículo.

—Tengo dinero.

Doy media vuelta y tomo la carretera más directa hasta mi caravana.

—¿Cómo te llamas, grandullón?

—Joe.

—Y dime, Joe —comienza diciéndome mientras empieza a tocarme por encima del pantalón—, ¿todo en ti es tan grande?

La miro de soslayo y permanezco en silencio mientras noto como se me pone cada vez más dura.

—Te gusta, ¿eh?

Cuando llegamos a la caravana ya estoy muy cachondo, bajamos de la furgoneta y nos dirigimos al interior. La puta contempla el lugar con una mueca de repulsión.

—Espero que donde vayamos a follar este un poco más limpio…

—No te preocupes por eso y ve desnudándote. El dormitorio está allí al fondo.

Camina hasta la parte de atrás y comienza a quitarse la ropa. Tiene un cuerpo escuálido, me recuerda a la puta de mi mujer.

—¿No habrás visto a una mujer, así en los huesos, con la cara demacrada y con un tatuaje de una mariposa en el brazo? —le pregunto.

—¿Cómo? —exclama ella—. ¿De qué estás hablando?

—Sí, una mujer de unos veintitantos —repito señalando su cuerpo—. Con un tatuaje en el brazo.

—Lo siento, grandullón. Trabajo sola…

Me acerco a ella y la abofeteo con fuerza. Se desploma en el colchón y ahogando un grito se lleva la mano a la mejilla enrojecida.

—¿Qué estás haciendo?

—¡Cállate, puta! —exclamo abalanzándome sobre ella—. Con que no sabes nada, ¿eh? ¿Estás segura?

Comienzo a propinarle puñetazos en la cara y en el estómago, provocando que se le corte la respiración. La mujer se hace un ovillo e intenta protegerse inútilmente. La volteo y mientras me desabrocho el pantalón la abro de piernas separándole las nalgas.

Escupo en mi mano y me la llevo a la polla humedeciendo el prepucio. Me acerco a su culo y trato de metérsela. Ella intenta alejarse, la agarro del pelo y le hundo la cabeza en los cojines. Noto como comienzo a penetrarla al tiempo que tiene problemas para respirar, me excito y le tiro del pelo haciendo que arque e la espalda.

—¡Te gusta! —le grito—. ¡Dilo!

La mujer intenta coger aire con ansiedad pero no quiero darle tregua y vuelvo a hundirle la cabeza en los almohadones.

Hago gárgaras, escupo sobre mi polla y observo como la saliva ayuda a que note menos fricción, embestida tras embestida. A medida que la mujer se va quedando sin aire su ano se dilata más y más, provocando en mi interior una excitación desmedida que me obliga a penetrarla con violencia. Desvío la mirada a su culo y descubro como la sangre cubre mi polla.

—¡Sí! —gimo—. ¡Sí! ¡Jódete puta! ¡Jódete!

Me corro y me desplomo sobre ella. No respira. Le cojo la cara y la observo, tiene los ojos y la boca abiertos. Me levanto y la acerco al borde de la cama. Aproximo mi polla a la boca y me la sacudo para que caiga el semen en su interior. Cuando termino, se la meto dentro y con la mano cierro un poco sus labios y disfruto de la mamada.

El ruido de un coche pasando por la carretera me sobresalta. Cojo la sábana y me seco las manos. Me subo el pantalón y envuelvo a la prostituta con la sábana llena de sangre.

Arrastro el cuerpo hasta la puerta de la caravana. Me acerco a la ventana y al no ver movimiento, abro la puerta. Me cargo el cuerpo al hombro y camino hacia la furgoneta. Lo lanzo en la parte de atrás y lo oculto con unas lonas. Recojo una pala que guardo bajo la caravana y me subo a la furgoneta.

Conduzco a toda velocidad por la carretera, mirando a ambos lados en busca de un buen sitio donde enterrar el cuerpo. Atravieso el rio y cuando estoy en mitad del puente una idea me viene a la cabeza. Me coloco en un lateral de la calzada y me bajo de la furgoneta. Camino hasta la parte de atrás y tras ponerme el cadáver en el hombro, me acerco al borde del puente apoyando el cuerpo en la barandilla.

—Espero que sepas nadar… —le digo a la puta.

Empujo el cuerpo y tras unos segundos el sonido del agua me dibuja una sonrisa. Un sonido en uno de los laterales me hace desviar la mirada. Hay un hombre que está de pie junto a un par de cañas de pescar. Al verme se agacha y comienza a recoger sus utensilios a gran velocidad.

Corro hasta la furgoneta y cojo la pala. Miro al pescador y contemplo como huye adentrándose entre los árboles. Le persigo en la oscuridad, solo una linterna que él sujeta me indica hacia dónde ir. La luz se ha parado, me detengo y camino despacio. Me cuesta respirar.

Trato de coger aire mientras voy escudriñando a mí alrededor. El sonido de una rama romperse a mi derecha me descubre al pescador, oculto tras un tronco caído. Corro hasta allí y mientras trata de ponerse en pie le golpeo con la pala en la cabeza. Cae al suelo y sigo golpeándole hasta que noto el olor a sangre. Me agacho y lo contemplo, tiene el rostro desfigurado.

Le agarro de los pies y comienzo a arrastrar el cuerpo de vuelta al río.

 (Joe)

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